miércoles, 29 de diciembre de 2010

El vino con los cinco sentidos.

LUNES 13 DE DICIEMBRE DE 2010

El vino con los cinco sentidos.


Delante de la posibilidad de probar un buen vino, automáticamente nuestro cerebro rememora todo un sinfín de recuerdos acerca de las sensaciones alcanzadas en las ocasiones anteriores delante de este singular evento.
Todos nuestros sentidos, aunque no notemos nada, se poden en modo de atención para prepararnos ante todo un universo de experiencias de toda índole.
Lógicamente no todos nuestros sentidos se pondrán en marcha de la misma manera ni con la misma intensidad.
Será la vista, como de costumbre, la primera en darnos información precisa sobre la forma de la botella o de la copa que albergue tan preciado líquido. No queda aquí la cosa, ya que será la vista quien nos de esos matices tan especiales como son su fino color y el grado de transparencia. O nos hará notar esa fina capa casi imperceptible que resbala lentamente por el interior de la copa.
Además será nuestro oído el que detectará ese agradable ruido del tapón al ser liberado de su estrechez extrema en el cuello de la botella.


En el descorchado se centran varios sentidos todos ellos de enorme importancia, ya que sin probar aún el vino, con la exploración del corcho podemos saber gran parte de las virtudes o desgracias que nos puede ofrecer. Aquí entran en juego: la vista y fundamentalmente el olfato. Un corcho deteriorado, maloliente o decolorado serán preludio inequívoco de problemas graves en nuestro vino que se traducirán en la imposibilidad de degustarlo .



Pero no queda aquí la cosa, el vino al saltar desde la botella a la copa nos dará un rumor especial que nos situará en posición para acercarnos a otro sentido de gran transcendencia en esto de disfrutar de un buen vino: el olfato.
La nariz nos proporcionará los datos precisos sobre un gran número de olores característicos: florales, enranciados, alcohólicos, madera y muchos otros solo susceptibles a ser identificados por aquellos con memoria olfativa entrenada.


Llega el gran momento y para eso está el gusto con esa gran especialista, que no es ni más ni menos que nuestra lengua. Capaz de detectar millones de matices sobre un mismo elemento, en este caso el vino y su crianza. Sus recuerdos a sabores frutales, a regaliz o a tabaco, o a la tierra en que han estado las sacrificadas vides y los cuidados casi amorosos que el esmerado viticultor ha sabido darles. O bien a sus defectos o incapacidades: extrema acidez, picado, avinagrado u otros tan desagradables que desmejoran tremendamente esta experiencia sensitiva tan especial.


A la postre el sentido menos respetado en esto de probar el vino es el tacto, sin embargo: ¿No tocamos la botella al abrirla?. ¿No acariciamos la copa con firmeza al agarrarla por el pie para oler y luego beber?. ¿ No pasa el vino por nuestra boca y deja su huella en nuestra lengua?. Todo esto no se podría percibir si no fuese por el tacto.


Nuestros sentidos se ponen en orden y se activan para el mayor disfrute de nuestra mente en el acto de probar un buen vino. No cabe preocuparse por si algunos matices de esta grata experiencia se nos escapan o pasan desapercibidos. La solución no es otra que repetir la experiencia con atención y tratando de ejercitar nuestra memoria: visual, auditiva, olfativa, gustativa e incluso la táctil, pero siempre con mesura, que la cantidad nunca supera la calidad.



J. Riesling